“Sí, sí”, dices. “Todo bien, todo
en orden.”
Pero está de todo menos en orden.
De hecho, no está nada bien, y cuanto más jures estarlo más te agrietas por
dentro.
Al principio es muy llevadero, la
presión en el pecho casi ni se nota y todavía quedan algunos pensamientos que
te dicen que sólo es una mala racha. Pero se pone peor. Las cosas suelen ir
siempre a peor si no se tratan.
Al cabo de un tiempo, cualquier
cosa mala que te suceda es un abismo. La presión en el pecho se siente casi
como una pelota de acero hundiéndose en el esternón y los pensamientos
positivos cada vez son más escasos.
Sabes que las cosas en el fondo
no te van tan mal, pero hay también algo que te dice que sí. Que todo va peor
de lo que te imaginas, que todo el mundo acaba por irse y que eres lamentable. Y
ese “algo” gana la batalla en la mayoría de los casos.
La presión en el pecho se vuelve
algo palpable y sientes que cada vez tienes menos aire, que tu cabeza va mucho
más rápido de lo que puedes llegar a soportar y que la montaña de negatividad
llega a su cumbre. Y pum.
Y a esto se le llama ansiedad. Más
popular que Christian Grey, si cabe.
Suele ser frecuente en personas
que tienen puestos de trabajos estresantes, estudiantes que estudian y trabajan
y no llegan, gente que por el motivo que sea no lo está teniendo fácil… y
adolescentes, porque simplemente ven que no encajan. Y esto se supone que ahora
es lo normal. Tener 15 años y más ataques de ansiedad que amores platónicos.
Yo no he encajado. Yo he tenido
ansiedad. Yo te digo que, a diferencia de Ikea, de aquí, sí se sale.
Si tuvieras la oportunidad de
abrir una barrera espacio-tiempo, y pudieras reencontrarte con tu “yo” de 5
años, ¿qué le dirías?, ¿cómo reaccionarías? Probablemente habrían más “no
escojas esta carrera, no te enamores de, no vayas con,…” en lugar de “eres increíble
con los idiomas, no te rindas nunca”.
Una de mis chicas dijo que se
diría a ella misma algo que probablemente se me vaya a quedar más marcado que
la pintura de un tatuaje: “Vuélvete loca, que luego la gente se vuelve muy
seria.”
¿Y si ese es el problema? La sociedad
nos obliga a madurar demasiado rápido, tenemos millones de cosas que decir pero
nos hacen callar para que puedan hablar los mayores. Hemos llegado a un punto
que llorar en público es de débiles, pero no querer expresar lo que se lleva
dentro es de retraídos. Todo mal.
Es muy triste hacer de tu vida
una cárcel, de verdad. Hacer de lo negativo tu zona de confort es el mayor
error del mundo porque no es real. Si bien la realidad es algo relativo, porque
cada uno tiene la suya, vivir en un mundo donde predomina el negro no es ni
sano, ni cierto, ni te va a llevar a ninguna parte.
Tu mundo va mucho más allá de
todo lo que puedes llegar a ver. Si sientes que no eres aceptado, tal vez te
estás diciendo a ti mismo que quienes te rodean no son los tuyos, que donde
vives no es dónde vas a formar una familia o que te estás pidiendo ayuda a
gritos de una forma que no consigues entender.
¡Y está bien! No hace falta
tenerlo todo solucionado. Nadie lo tiene. Las cosas cambian. Tú cambias y no
pasa nada. Si crees que lo que realmente te apetece es una copa de vino un
martes a las diez de la mañana y poner la música a todo trapo, hazlo. Si te
apetece mandar a la mierda a quien te mira como si fueras de otro Planeta, ¿por
qué no? Te van a mirar igual de mal hagas lo que hagas…
La vida es mucho más que pensar
en quién tienes al lado y dónde estás. La vida es saber que quien está a tu
lado lo estará pase lo que pase y que no importa dónde vayas porque siempre los
llevarás contigo. Nadie encaja con nada y ésa es la gracia.
Todo es cuestión de saber
emborrachar a ese “algo” que te dice que no, y sacarlo a bailar contigo. ¡Chin-chin!
¡Pasta la vista, babies!💋
Lai